jueves, noviembre 29, 2007

CUANDO TODO SE HA HECHO, Y NADA SE HA HECHO.

Ocurrencias
Por Javier Pérez Robles

Réquiem patrimonial

Si usted dirige un periódico, una revista semanal como ésta, una televisora o cualquier cosa que registre gráficamente lo que existe como herencia de sus propios orígenes o de los de sus hijos, si usted llegó después pero sus hijos nacieron aquí y quedó atrapado en este pueblo, tiene el deber moral de registrar gráficamente lo que está ahí.

No importa que se vea feo, ya que la barbarie empresarial decidió iniciar la destrucción de lo que el tiempo no ha podido en prácticamente 100 años: es la cuna, es el origen.

Si no lo hacemos ahora que todavía está ahí, mañana que ya no esté de nada nos servirá llorar como cobardes agachados lo que no supimos defender como ciudadanos.
Nuestros berrinches y manifestaciones y huelgas de hambre y valientes declaraciones públicas, etcétera, serán objeto de ridículo ante nosotros mismos que nos culparemos los unos a los otros porque ninguno de nosotros los ciudadanos de la ciudad en la que vivimos nos hicimos responsables de nada.

Al puñado de ciudadanos que se la han pasado gritando todo el año sobre el peligro de perder el patrimonio común, ante los intereses legítimos individuales, los llamaremos con sorna “los autonombrados defensores”, descalificando su impotencia endógena.

A los ciudadanos que se sumen, les diremos loquitos o soñadores o románticos o irrespetuosos de los procedimientos jurídicos a los que la ley nos somete a todos, menos a los dueños, y mucho menos a los gobernantes, de acuerdo con los hechos.

A aquellos funcionarios o instituciones que se ofrezcan para ayudar a defender tal patrimonio con razones documentadas por las Bellas Artes, diferentes a las razones Arqueológicas o “Históricas”, pero con precedentes de otros lugares iguales de eficaces en la preservación del patrimonio común sobre el interés particular, simplemente les pondremos nuestros burocráticos oídos sordos oficiales per sécula seculórum.

Ni siquiera sirve de nada pensar en una expropiación: todo mundo sabe que ningún ayuntamiento podría pagarla por sí sólo, ni que fuéramos idiotas; pero seguramente se podría gestionar (más fácilmente que gestionar un trailer cargado de despensas electorales, hombre) con la federación y el gobierno estatal. Pero no: no les interesa.

Menos pedir “voluntad política”, concepto que “involuntariamente” ha desaparecido del discurso oficial, y por eso la parálisis ejecutiva, legislativa y judicial que, como dijera para otra cosa parecida el gobernador Bours de Sonora, “¡No sirven pa’ nada!”.

Mejor tome sus fotos del recuerdo, sus videos para llorar esta temporada navideña la demolición voluntaria de aquel predio donde empezó la ciudad, con una copa de vino tinto chileno en la mano y viéndolo en la tele plana que le trajo el niño Dios de ese mall tan bonito que se construyó ahí mismo con tal lujo que “Quién sabe de dónde sacarán tanto dinero, ¿verdad?”.

No. No hay manera de escaparnos de nuestra propia responsabilidad en este asunto. Es demasiado negar nuestra realidad del entorno: Nosotros lo permitimos.

No podemos echarles la culpa a los empresarios jalicienses que compraron el ingenio y sus terrenos con él, no culpemos tampoco a los empresarios que quieren comprar el predio para hacer nuevos negocios ahí, como los que ya compraron para construir una distribuidora de automóviles orientales, muy bonitos ellos; o un gran edificio de juegos de azar donde las doñitas que apenas juntan para el gasto caigan presa fácil de la manía y la depresión (la “bipolaridad”) que la obsesión por el azar dispara más rápido que el crack o la cocaína.

Ahí está, pegadito a la Casa del Centenario de la ciudad, como si un grandulotón con chaleco de piel de cocodrilo narco se le sentara a la tía Gertrudis en la misma banca del Sagrado Corazón, haciendo como que él también tiene derecho a rezar, pero sin poder ocultar su cínica sonrisa de burla. No podemos culpar tampoco a los gobernantes por no servir para nada: ya lo sabíamos desde endenantes. No nos hagamos.

El destino manifiesto “progresista” nos tiene atrapados en nuestra propia abulia social, en manos de gobernantes pusilánimes, cuando no hiperactivos de la corrupción, y a expensas de una voracidad empresarial de carpa, sin el mínimo sentido de lo que es mejor para ellos mismos al paso del tiempo; sólo viendo la ganancia mercantil inmediata: “¡La Navidad está cerca, señores!”.

FUENTE: LA GACETA

No hay comentarios.: